Recientemente me encontraba poniéndome al día con unas amistades y surgió el tema de socializar en los 30s. En esa conversación, alguien mencionó que yo socializo con mucha intención. Desde entonces, no me puedo quitar la frase de la mente.
Porque la verdad es que ser sociable no me sale natural. Pero reconozco la importancia de mantenerme en contacto con personas. Al final del día, somos seres sociales. El detalle es que hoy esa necesidad de conexión convive con una era de sobreexposición digital —donde todos estamos, de alguna manera, demasiado disponibles.
Actualmente tengo una relación un tanto tumultosa con las redes sociales, Instagram en particular. Pensar en este escrito me obligó a mirar hacia atrás, a recordar cómo crecí junto con las plataformas que hoy me generan conflicto.
Así que, fiel a mi estilo de pensar demasiado cuando tengo mil cosas que hacer, decidí sentarme a reflexionar: ¿cómo las redes moldearon mi forma de socializar? ¿Cuándo pasaron de ser un espacio libre y divertido, a uno que a veces prefiero evitar?
Este ensayo nace de esa introspección. De ese contraste entre lo que fue y lo que es. Entre una adolescente que usaba Tumblr como diario personal, y una adulta que pone el teléfono en “no molestar” para poder estar en paz.
Adolescencia: Facebook, MSN Messenger, Tumblr, Myspace y el arte del brb.
En la secundaria, no era precisamente de las populares ya que era muy introvertida. No me invitaban mucho a fiestas, pero eso no me preocupaba. Lo normal, para mí y para muchos, era quedarnos en casa actualizando Tumblr o Myspace y hablando por Messenger con nuestras amistades. Tenía mi círculo, claro, y aunque muchas de nuestras conversaciones pasaban por una pantalla, también nos veíamos en la escuela, íbamos al cine, nos reuníamos en casas.
Las redes sociales, en sus comienzos, servían como una extensión de lo que ya vivíamos. Era donde continuábamos las conversaciones que empezaban en el salón. Donde organizábamos las salidas para la playa. Donde la canción más reciente de los Jonas Brothers servía como título del album que subíamos a Facebook, después del photoshoot improvisado antes de ir al cine.
Nos movíamos con naturalidad entre lo físico y lo digital. Y en ese entonces, no se sentía como doble vida. Era simplemente la vida. Nuestra forma de ser, de compartir, de existir juntos. Bastaba un brb para desaparecer sin culpa.
La Transición Universitaria y la era de los stories.
Cuando comencé la universidad, todo cambió. Pasé de tener un grupo pequeño de amistades a convertirme en lo que se conoce como una social butterfly.
Comenzar de nuevo me emocionaba ¿A quién no?. Rodearme de personas con intereses parecidos me daba sentido de pertenencia. Compartir los mismos retos con mis compañeros me hacía sentir acompañada. Y, honestamente, todavía no sabía bien quién era… así que cualquier plan o invitación, se sentía emocionante.
Todo era válido, todo era parte de mi personalidad, porque estaba en la búsqueda de ella.
En ese momento, también estábamos en el auge de Instagram y Snapchat. Mi cuenta era pública porque, ¿quién no la tenía pública? Compartir la vida, los outfits, los selfies, las salidas y hasta los desayunos era lo más normal. Todo era contenido. Si no publicabas una foto en Instagram, ¿en verdad saliste?
Vivíamos para documentar.
Mirando atrás, me doy cuenta de que, aunque parecía estar en todas, había una parte de mí que seguía sintiéndose sola. Porque sí, podía estar rodeada de gente, pero aún estaba buscando algo que se sintiera más real. Más mío.
Revisando mis journal entries de la universidad, entendí algo importante: me sentía sola incluso en mis épocas más activas socialmente. Porque no es la cantidad de interacciones, es la calidad.
La adultez: menos likes, más silencio
Hoy, la historia es distinta.
Priorizo las conversaciones reales: esas que ocurren en tiempo presente, ya sea por Facetime, por llamada o, mejor aún, en persona. He aprendido a hacer check-ins semanales o mensuales con mis amistades, porque entendemos que la vida adulta se mueve rápido, y escribirnos todos los días no siempre es posible. Aun así, queremos estar al tanto, no desaparecer del todo.
Además, si algo no me llena, me alejo. Porque con el tiempo he aprendido que seguir diciendo que sí solo por evitar la incomodidad del no, es una forma sutil de abandonarme a mí misma. Y la vida, honestamente, es demasiado corta para eso.
También he cambiado la forma en que documento mi vida. Ahora tomo fotos para mí, para recordar, no para validar. Porque sí, está bien capturar momentos lindos, pero no todo tiene que terminar convertido en contenido. Hay cosas que se sienten mejor cuando se quedan solo para una.
Todo esto me ha llevado, poco a poco, a otro tipo de presencia.
Una más consciente. Más honesta. Y sí: a socializar con intención.
Pero no llegué aquí por iluminación divina. Llegué después de un camino largo, lleno de pruebas, tropiezos, ajustes, silencios, y muchas versiones de mí que ya no existen.
Sigo aprendiendo a elegir con intención. Si tú también estás en eso, ya tenemos algo en común.
Con cariño e intención,
Paola
“No todo tiene que ser contenido” cuán real. Ir entendiendo eso como parte de esta generación es un challenge de por sí.
Solo me quedaría aplaudirte por esa maravillosa evolución , a mejor sin lugar a dudas. En mi caso tengo Insta como álbum de fotos, publico solo las que quiero localizar rápido. Eso si mi Insta es privado y no tengo más que dos seguidores, familia naturalmente. Tampoco sigo a amigos, familia etc solo aquel contenido que me aporta. Hace mucho que dejo de interesarme la vida (irreal) de otros. Deseo conocer la real y si es en una terraza tomando un buen café... No pido más✨